terça-feira, 8 de novembro de 2011

“Ocupa Wall Street” saca a la luz a personas sin hogar en Estados Unidos

Por Barbara Ehrenreich* (06/11/11)

Como sabe cualquiera que ha tenido que gestionar un campamento o construir una villa desde cero, las ocupaciones suponen grandes problemas logísticos. Se debe alimentar y mantener razonablemente caldeadas y secas a muchas personas. Hay que sacar la basura, brindar atención médica y una seguridad rudimentaria, para lo cual una docena de comités, o más, debe dedicarse día y noche. Pero para el individuo sin hogar, un problema suele opacar todo lo demás, incluso la pérdida del trabajo, la destrucción de la clase media y el reinado del 1%. Se trata de la simple pregunta: ¿dónde voy a orinar?


Algunos de los campamentos de Ocupa Wall Street que se están esparciendo por EE. UU. tienen acceso a baños químicos (Freedom Plaza en Washington, D.C.) o, mejor aún, baños con fregadero y agua corriente (Fort Wayne, Indiana). Otros requieren que las personas se las rebusquen solos. En Zuccotti Park, a cuadras de Wall Street, esto implica ratos largos de espera para usar un baño en un Burger King cercano o esperas más cortas en un Starbucks a una cuadra. En McPherson Square en D.C., una joven ocupante de aproximadamente veinte años me mostró la pizzería donde puede orinar cuando está abierta y el callejón donde se resguarda por las noches. Cualquiera que tenga problemas relacionados con el hecho de ir al baño, provocados por la edad, el  embarazo, los problemas en la próstata o el síndrome de intestino irritable, debería prepararse para unirse a la revolución en pañales.

Por supuesto, los manifestantes políticos no enfrentan solos los desafíos del acampe urbano. Las personas sin hogar lidian con los mismos problemas a diario: cómo recolectar alimentos, mantener el calor por las noches cubriéndose con cartones o lonas y orinar sin incurrir en delito. Los baños públicos son escasos en las ciudades estadounidenses, “como si la necesidad de ir al baño no existiera”, como dijo una vez el experto en viajes Arthur Frommer. Incluso ceder a la presión de la vejiga implica arriesgarse a un arresto. Un informe llamado “Criminalizing Crisis” (“Criminalización de la crisis”), que será emitido este mes por el Centro nacional de leyes para las personas sin hogar y la pobreza, relata la siguiente historia de Wenatchee, Washington:

“A fines de 2010, una familia con tres niños, que hacía un año y medio no tenían hogar, solicitaron un departamento de 2 habitaciones. El día antes a la reunión programada con el encargado para adquirir el alquiler, el padre de la familia fue arrestado por orinar en la vía pública. El arresto sucedió en una hora en la que no había baños públicos disponibles. Debido al arresto, el hombre no pudo concretar la cita y se alquiló la propiedad a otra persona. Hasta marzo de 2011 la familia seguía sin tener donde vivir y estaba buscando vivienda”.
Lo que están empezando a descubrir quienes participan de Ocupa Wall Street, y que las personas sin hogar han sabido siempre, es que las necesidades biológicas más comunes son ilegales cuando se las realiza en las calles de Estados Unidos, no sólo orinar, sino también sentarse, acostarse y dormir. A pesar de que las leyes varían de ciudad a ciudad, una de las más duras está en Sarasota, Florida, donde se emitió una ordenanza en 2005 que vuelve ilegal “cavar en la tierra”, es decir, para construir una letrina, cocinar, hacer fuego o dormirse, y “que la persona no tenga otro lugar donde vivir cuando está despierta”.

En otras palabras, es ilegal no tener hogar o vivir en la calle por cualquier otro motivo. Vale aclarar que no existen leyes que exijan que las ciudades brinden alimento, refugio o baños a sus ciudadanos indigentes.
La prohibición actual sobre la falta de vivienda empezó a tomar forma en la década de 1980, junto con el gran crecimiento de la industria financiera (Wall Street y sus tributarios en todo el país). Esa también fue la época en la que dejamos de ser un país que fabricaba más allá de “productos financieros” invisibles, ingrávidos, y dejamos también que la antigua clase obrera industrial se forjara su vida en lugares como Wal-Mart.

Resultó que los capitanes de la nueva “economía de casino”, los corredores y bancarios inversores, eran individuos muy sensibles, algunos dirían demasiado, que se irritaban fácilmente por tener que pasar por las calles donde merodeaban las personas sin hogar o tener que verlos en las estaciones de trenes. En una economía donde una centimillonésima de la población puede convertirse en multimillonario de la noche a la mañana, los pobres y la muchedumbre pueden ser una tremenda sorpresa. Empezando por el Alcalde Rudy Giuliani en Nueva York, ciudad tras ciudad aprobaron las ordenanzas de “ventanas rotas” o “calidad de vida” volviendo peligroso el deambular de las personas sin hogar o, en algunos casos, hasta su aspecto de “indigentes” en espacios públicos.

Hasta el momento nadie ha considerado todo el sufrimiento provocado por esta medida, las muertes como consecuencia del frío y la exposición, pero “Criminalizing Crisis” ofrece esta historia de una mujer embarazada en Columbia, Carolina del Sur:

“Durante el día, cuando no podía estar dentro de un refugio, intentó pasar el tiempo en un museo y le dijeron que se fuera. Luego se sentó en un banco fuera del museo y volvieron a indicarle que se fuera a otro sitio. En varias oportunidades más, mientras estaba embarazada, le dijeron que no podía sentarse en un parque local durante el día porque estaría ‘ocupando ilegalmente’ el lugar. A principios de 2011, cuando ya contaba con seis meses de embarazo, la mujer empezó a sentirse mal, fue a un hospital y dio a luz a un bebé muerto”.

Mucho antes de que Tahrir Square fuera sólo un sueño, e incluso antes de la reciente recesión, las personas sin hogar de Estados Unidos habían empezado a defenderse por sí propias, crear campamentos organizados, por lo general ciudades de carpas, en lotes vacíos o áreas  boscosas. Estas comunidades suelen presentar varias formas elementales de gobierno autónomo: repartición de alimentos de organizaciones locales de beneficencia, construcción de letrinas e implementación de reglas (como no consumir drogas, usar armas o violencia). Con el debido respeto al movimiento de democracia de Egipto, los indignados del Reino de España y los rebeldes en todo el mundo, las ciudades de carpas son los progenitores del movimiento de ocupación estadounidense.

Nada hay de “político” en estos establecimientos de las personas sin hogar, ni señales de codicia o visitas de lumbreras izquierdistas, pero han sido tratados con mucha menos tolerancia oficial que los campamentos del “otoño estadounidense”. Por ejemplo, Skid Row en Los Ángeles, lidia con un acoso constante de la policía, pero cuando llovió el Alcalde Antonio Villaraigosa distribuyó ponchos cerca de Ocupa Los Ángeles.

En todo el país, en los últimos años la policía se ha encargado de las ciudades de carpas de las personas sin hogar, una por una, desde Seattle hasta Wooster, desde Sacramento hasta Providence, en redadas que suelen dejar a los anteriores ocupantes sin sus mínimas posesiones. En Chattanooga, Tennessee, el verano pasado, un trabajador de una organización de beneficencia narró la dispersión por la fuerza de un asentamiento local de carpas: “La ciudad no va a aceptar las carpas. Eso ha quedado muy claro. Las carpas tienen que estar fuera de la vista”.

Lo que están descubriendo todos los sectores de la sociedad que pertenecen al movimiento, al menos cada vez que piensan en orinar, es que no tener hogar en Estados Unidos es vivir como un fugitivo. Los indigentes son nuestros propios “ilegales” nativos que enfrentan prohibiciones sobre las acciones más básicas de supervivencia. No se les permite deslucir el espacio público con su orina, sus heces o sus cuerpos cansados. Tampoco pueden arruinar el paisaje con sus inusuales opciones de vestuario o los aromas de sus cuerpos. De hecho, deben morir y preferentemente hacerlo sin dejar un cuerpo que el sector público deba trasladar, procesar y quemar.

Pero los ocupantes no provienen de todos los sectores de la sociedad, solo de los que están en decadencia, por deudas, desempleo y ejecuciones hipotecarias, y se dirigen eventualmente al pauperismo y las calles.

Algunos de los actuales ocupantes desde el principio no tenían hogar y fueron atraídos a los campamentos por la comida gratis y el refugio, al menos temporal, del acoso de la policía. Muchos otros provienen de los “nuevos pobres” sin hogar que suelen acampar en los sofás de amigos o las camas plegables de los padres.
En Portland, Austin, y Filadelfia, el movimiento Ocupa Wall Street está asumiendo la causa de las personas sin hogar como propia, lo que por supuesto es así. La falta de viviendas no es un asunto incidental y desconectado de la plutocracia ni la codicia. Es hacia donde todos nos dirigimos, -el 99%, o al menos el 70%, de nosotros, todos los licenciados universitarios abrumados por deudas, maestros desempleados y personas empobrecidas- a menos que esta revolución triunfe.

*Barbara Ehrenreich es la autora de muchos libros, el más reciente: Bright-Sided: How the Relentless Promotion of Positive Thinking Has Undermined America. Este ensayo es una versión corta de un epílogo nuevo de su último y exitoso libro: Nickel and Dimed: On (Not) Getting By in America, recientemente publicado por Picador Books.

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